Entender las implicaciones de tener a Monsanto en Ecuador significa entender a la compañía, su historia y su impacto. ¿Cómo ha afectado Monsanto a la agricultura a nivel global, y de qué forma se extendería esto hacia nuestro país? Las controversias alrededor de esta productora de químicos estadounidense se han resaltado ante el surgimiento de movimientos internacionales que se oponen al desarrollo y uso de alimentos transgénicos – genéticamente modificados –, citando una larga historia de supuestos efectos negativos en el ambiente y la salud.
Presente desde la década de los sesenta en la zona andina – Colombia, Venezuela y Perú, además de Ecuador –, Monsanto rápidamente se destacó en el ámbito agrícola gracias a las marcas Avadex, Machete y Látigo, comercializados mediante distribuidores nacionales. Notorio entre sus productos está el herbicida Roundup, que se comienza a utilizar en Ecuador en la década de los ochenta. Conocido también bajo el nombre común de glifosato, el uso de este producto trajo consigo la pronta medida de alterar genéticamente a los cultivos para hacerlos resistentes al herbicida, favoreciendo así a las fumigaciones a gran escala. Monsanto extendió su presencia en el mercado ecuatoriano hacia el cultivo del banano, la palma africana, la caña y el arroz.
Si bien Monsanto ostenta de los efectos positivos derivado del uso de sus productos – tales como la colaboración con la Estación Charles Darwin en el control de plantas que afectaban la migración de las tortugas Galápagos – gran parte de las interrogantes alrededor de la compañía se basan en los efectos salubres de sus semillas transgénicas, Roundup Ready, cuya distribución empezó en el país en 1999. Además de crear cultivos resistentes a su herbicida, Monsanto ha experimentado en sus semillas con proteínas insecticidas y hasta modificaciones que las harían resistentes a sequías y al frío.
La compañía defiende estas medidas alegando que es la única manera en la que se podrá responder a la demanda alimentaria de las próximas décadas, pero no hacen falta los estudios que teorizan que alimentos transgénicos traen consigo riesgos a la salud: desarrollo de resistencia a antibióticos, alergias y cambios en la actividad celular, entre otros.
El Ecuador fue declarado país libre de semillas y cultivos transgénicos en la Constitución de 2008, pero sin reparar en la importación de alimentos de este género. A pesar de haberla aprobado en primera instancia, el presidente Rafael Correa posteriormente rechazó esta medida constitucional – impulsada por el ex asambleísta Albero Acosta – manteniendo que “las semillas genéticamente modificadas pueden cuadruplicar la producción y sacar de la miseria a los sectores más deprimidos”. El texto sí permite una excepción: “Sólo en caso de interés nacional debidamente fundamentado por el Presidente de la República y aprobado por la Asamblea Nacional, se podrán introducir semillas y cultivos genéticamente modificados en el país”. En cuanto al futuro, “Si es necesario enmendar la Constitución, así habrá que hacerlo”, aclaró Correa, no obstante las varias protestas populares en contra de la distribución de transgénicos en el país.
Asimismo, la Constitución también establece que es obligación del Estado “prevenir y proteger a la población del consumo de alimentos contaminados o que pongan en riesgo su salud o que la ciencia tenga incertidumbre sobre sus efectos”. En octubre del 2013 el Ministerio de Salud Pública estableció que alimentos que hayan sido modificados genéticamente deberán informarlo en su etiqueta.